UNA AUTÉNTICA MINA DE ORO, PARA DESCUBRIR EN ESPAÑA
Las Médulas, a pocos kilómetros de Ponferrada es un antiguo
yacimiento que los romanos explotaron con un sistema de ingeniería que modificó
por completo el paisaje y que hoy vale la pena visitar
Entre los caminos zigzagueantes de las tierras de León y a
un costado del circuito turístico clásico, Las
Médulas es una mina de oro para descubrir. En realidad hubo oro y mucho, pero los antiguos romanos se llevaron hasta la última pepita. Ahora los turistas puedan internarse en este yacimiento minero donde se destacan unas agujas rojizas, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, y llevarse una rica historia y un paseo de los más relajado, que no es poco.
El pequeño pueblo de Las Médulas de apenas 60 habitantes,
casas de puertas abiertas y mucha vegetación está en la comarca de El Bierzo y
se accede desde Ponferrada, en el noroeste español.
Todo hace olvidar por completo los aires urbanos: Las
Médulas es apenas un caserío con una calle principal muy bien adornada por
cerezos, alguna tienda, restaurante y casas que hospedan visitantes.
Si se llega en verano se pueden comprar las bolsitas con
cerezas que venden los chicos. Es más, se podrían cortar directamente de las
ramas, porque están al alcance de la mano, pero aquí explican que los árboles
tienen dueño. Están repartidos entre las familias de la zona y muy bien
custodiados.
Durante todo el recorrido se ve a los propietarios, subidos
a escaleras, en plena cosecha, una de las actividades principales de la zona.
Junto con los castaños, que algunos tienen más de 400 años y siguen dando
frutos.
El circuito hacia los yacimientos se puede hacer de manera
individual con los mapas que proveen en el Centro de Visitantes o con un guía,
que se encargará de detallar los pormenores de esta obra. Y vale la pena la
guiada, sobre todo, si María Grazia lleva la voz cantante, porque relata con
pelos y señales la proeza romana que modificó por completo el paisaje, con
corrimiento de tierras y construcción de canales, para hacerse del preciado
mineral a pura fuerza hidráulica.
Pero cualquiera sea la opción, siempre será a pie. Los autos
quedan en un estacionamiento en la entrada del pueblo y hay que disponerse a
caminar. Antes de empezar es conveniente visitar el Centro de Visitantes, donde
se puede ver un video con la obra que hicieron los romanos.
POZOS Y GALERÍAS
El lugar era ideal para la extracción de oro: eran tierras
de aluvión con polvo de oro, había abundante agua y la suficiente pendiente
como para utilizarla como fuerza hidráulica. También existían suaves pendientes
hacia el río Sil para los desagües. Un buen regalo de la naturaleza, que los
romanos supieron aprovechar como nadie.
Fue un trabajo de ingeniería de alto nivel, más digno de un
aula magna académica que de una simple caminata entre castaños y nogales. Pero
con un poco de imaginación uno se puede dar una idea de la magnitud de la obra.
El sistema era más o menos así: el agua de los riachuelos de montaña se
canalizaba y embalsaba en la parte superior de la explotación. En la montaña se
cavaba una red de galerías y pozos sin salida al exterior. Cuando había
suficiente agua se la soltaba a través de los canales. La presión del agua
deshacía la montaña y arrastraba las tierras hasta los lavaderos.
La explotación comenzó en el siglo I y se extendió cerca de
200 años. En ese tiempo lograron sacar nada menos que cinco toneladas de oro.
La caminata, si se va en verano, puede resultar muy
agobiante, pero la sombra de los castaños siempre es apreciada para descansar,
tomar aire y profundizar la historia. En otoño, los ocres de los árboles se
vuelven tan protagonistas como las cuevas.
“Los romanos deshacen la montaña y la lavan, sacan los
cantos rodados y añaden más agua, que la conducen por los canales. Las
partículas de oro se decantan en el fondo. Este sistema se llama ruina
montium”, explica María Grazia, ante la mirada incrédula de los que la
escuchamos.
Parece más un cuento de ciencia ficción que una obra que se
hizo hace 2000 años. Dicen que es la mina a cielo abierto más grande del
Imperio Romano.
“Los trabajadores no veían el sol por años, porque entraban
muy temprano y salían tarde. Muchos murieron en la obra”, continúa.
Hay varios senderos para recorrer y según el tiempo que se
disponga se puede visitar las galerías y las cuevas. Desde el Mirador de la
Orellán, al que se accede al final del paseo en auto, se ven las típicas agujas
de tierra rojiza y alguna de las cavernas de la antigua explotación minera, que
inevitablemente remontan a ese pasado tan lejano.
Fuente: Diario La Nación, suplemento Turismo
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